miércoles, 10 de marzo de 2010

Mientes las mujeres

Por qué las mujeres mienten en la cama

Las más jóvenes siguen fingiendo en sus relaciones sexuales por temor a perder a sus Enviar a un amigo

 

Las expertas critican que los estudios sobre sexo sean sobre el número de coitos y no sobre su calidad. REUTERS
MAGDA BANDERA - MADRID - 15/02/2010 08:30

La clave no es si las mujeres mienten o no en la cama, sino saber por qué lo hacen", remarca la psicóloga Raquel Platero, profesora de secundaria y especialista en temas de género. Una encuesta sobre sexualidad hecha pública el pasado miércoles asegura que una de cada tres mujeres cree que a veces es necesario fingir en la cama. Además, según otros estudios similares, lo han hecho en más de una ocasión.
Admitirlo públicamente no es tan fácil. Al oírlo, ellos se indignan y ellas son tildadas de frígidas, pérfidas o ambas cosas. Por ello, Teresa, empresaria de 40 años y feminista declarada, prefiere ocultar su identidad para argumentar por qué ha mentido alguna vez: "No sólo he fingido un orgasmo. También ha podido ser un desastre y he soltado un piadoso ¡qué bien ha estado!, cuando me ha preguntado. Lo he hecho para no ofender. Si le dices a un hombre que es un mal amante, lo hundes. Ellos podrían aprender del instinto de protección del que gozamos algunas féminas, incapaces de ofender y menos gratuitamente".
Una de cada tres encuestadas cree que a veces es necesario fingir
Para la mayoría de las mujeres de más de 60 años, el sexo era una obligación y solían mentir para que sus maridos, que por lo general poco sabían sobre el clítoris, acabaran cuanto antes. Ese recurso sigue siendo bastante común, constata Soledad Muruaga, presidenta de la asociación Mujeres para la Salud. La siguiente generación, entre los 35 y 60 años, ya siente que tiene derecho a pedir, aunque la mayoría "perpetúa el modelo basado en la falocracia, que les produce mucha insatisfacción. Y por ello mienten a menudo", añade esta psicóloga.
Las más jóvenes han cambiado, pero no tanto como podría parecer, asegura Muruaga. Las más abiertas piensan que la liberación sexual consiste en separar sexualidad de afectividad, y que lo contrario es cursi y anticuado. "Creen que para ser modernas tienen que seguir el modelo sexual de los hombres. Dicen que lo normal es alternar varias parejas y que todas las conductas son válidas, si hay consentimiento", añade.

Desconocimiento del placer

"Se miden las relaciones por el número de coitos", critica una experta
Lo malo, según esta especialista, es que tienen poco conocimiento del propio placer, reproducen conductas del porno pensado para los hombres y se autoconvencen de que a ellas también les gusta. "Al menos, en una primera etapa, porque después, muchas vienen a la consulta diciendo que se sienten utilizadas e insatisfechas". Para esta feminista, "ese autoengaño es una nueva forma de neomachismo. Ya no hace falta obligarlas a repetir el modelo falocrático, ellas mismas lo hacen por iniciativa propia. El pene es el rey de las relaciones. Además, los artificiales están por todas partes".
Las encuestas también tienen parte de culpa, según Platero. Para empezar, porque suelen preguntar en clave masculina. "Siguen midiendo las relaciones en función del número de coitos", critica. Pero, ¿cuándo es sexo y cuándo no lo es? ¿Por qué no se cuantifica cuántas veces se siente placer en lugar de los condones que se han usado? ¿Por qué nunca se pregunta por los orgasmos múltiples?
No ajustarse a la cantidad de coitos "deseable" produce mucha ansiedad. "Ahora las chicas también quieren dar la talla", asegura Muruaga. "Para lograrlo, mienten. Tienen que ser supermujeres y eso incluye ser muy buenas en la cama. Pero sobre todo, el problema es que fingen porque siguen teniendo la autoestima muy baja. Lo hacen para que sus parejas las acepten y les den afecto".
Platero comprueba a diario este tipo de conducta entre sus alumnas: "Hay chicas muy concienciadas, que saben y dicen lo que quieren, pero la mayoría sigue sometiéndose a lo que ellos desean. Algunas, incluso a la hora de vestirse. Mienten para no poner en peligro la relación".

Sinceridad entre amigas

Por suerte, muchas se sinceran con sus amigas. "Se ha hecho mucha mofa sobre el fenómeno de los tuppersex, pero se ha investigado poco a qué obedece que un grupo de mujeres se reúna para hablar de sexo, ¿por qué sienten esa necesidad?", pregunta Platero.
La encuesta que hizo pública el miércoles el Ministerio de Sanidad afirma que las mujeres suelen ser más cómplices entre sí que los hombres, y que el 20% de ellas habla de sexo con sus amigas de manera habitual. Y entonces sí se permiten la franqueza. En lugar de fanfarronear, el 66% dice la verdad.
"Y la verdad es que de vez en cuando exageras. A veces, ni te das cuenta, es parte del juego. Sabes que si lo entusiasmas sales ganando en todos los sentidos. Si la tiene pequeña, le dices que eso te gusta porque es más habilidoso con las manualidades. Si la tiene grande, le dices que el tamaño importa mucho, digan lo que digan", admite Eva, treintañera con pareja estable. "Es triste, lo sé, pero quieres tenerlo contento para que tu vida sea más fácil. Un hombre acomplejado es un fastidio y hay que convivir. Además, en el fondo saben la verdad. Ellos lo tienen más difícil para fingir, pero hay una cosa que se llaman contracciones".

viernes, 5 de marzo de 2010

Chupacoños

Queridos y admirados frikis: Después de desempolvar y desempolvar, y decidir no volver a limpiar y mejor follar, encontré unos polvorientos (como no) documentos de antaño, o mejor dicho de Antonio, apellidado Chupacoños Enelpajar, ese hombre de bien que vivió hace ya unos lustros y cuyas andanzas no han llegado a nuestros días por un problema con el fax. Pero que nuestro querido Satánico ha decidido que ostras mita. Porque es un mito este hombre, ¿y por qué vamos a dejar su historia en los más hondo de un pozo sin fondo?, debemos convertirlo en un Maradona y casarnos bajo su doctrina, chuparcoños, que desde luego es una afición que muchos ocultan. ¡Sí, tú, ese que va por la calle y ni saluda cuando se encuentra a un conocido!
-¿Por qué será?- Chupacoños lo revela en sus relatos -“¿Por qué a los chupacoños nos da vergüenza saludar en la calle?”.
Antonio Chupacoños siempre ha ido con la cabeza muy alta cuando caminaba por la calle, por muchas mierdas que pisase, por muchas palomas que se le cagasen, cubos de agua que le tiraban en las fiestas del Pueblo (en que el apellido Chupacoños era muy común) y porque las chicas, muy de su pueblo, le tiraban piedras cuando querían que Antonio se acercara y se agachase un poquito. El “agachate, y vuelvete a agachar, que los agachaditos lo saben chupar” era habitual en la cultura de estos pueblerinos, que miles de desventuras causaron al pobre y digno Antonio, que sólo desvelo del final, se acabó comprando unas rodilleras mejores que las de Casillas. Sería así por la pasta que le valieron, porque por otra cosa no… Cuando las niñas jugaban a la comba, no cantaban el elefante azul, sino el tanga azul, para motivar a niños como este. Pero todo hay que decirlo, chupar coños es un arte, y si no, que le pregunten a Antonio, campeón mundial. Bueno, eso cuenta él en sus memorias, que yo dudo que sea cierto, porque nada hay como una buena verga bien introducida.
Memorias de un Antonio
Chupacoños era el tatarabuelo, el bisabuelo, el abuelo, el padre y el niño. El tatarabuelo aprendió el arte siendo chulo de puta. Pero el gañán almacenaba colas y colas de guarronas de todas las nacionalidades, sobre todo españolas por supuesto, dentro de un localcito ilegal en calle Almendrasenflor, en el Pueblo. No digo su nombre por si los afectados se afectan, y para que los niños no repitan las cosas que hacen los mayores, porque chupar coños es un arte que hay que engendrar de familia, prácticamente hereditario. Se puede aprender y no es fácil, pero para eso están otras webs y aquí no nos vamos a poner a dar detalles…
La característica principal de esta familia, y de muchas Chupacoños que han borrado su apellido, por vengüenza, del DNI (no sé por qué, porque Antonio era un señor muy honorable, y su padre también, y su tío, y su abuelo, y la hermana de su prima que parecía un chavalueco con el bigote que tenía), consistía en una mancha blanca junto a la boca. Como ese lunar que tenía el cielito lindo de la canción, ay, que no se lo quite nunca, y que no se quite nunca la manchita de los chupacoños, que se tienen que maquillar para ir por la calle, aunque a algunos ya no se les nota.
Todos habréis averiguado que Antonio Chupacoños ha conocido tantos que ya no mira las caras, que no tienen importancia. Y aparte de la vergüenza de la manchita de nacimiento en la boca, que no sé si aunque lo diga en el libro después de tanto chupar llegó a mantener, el hijo de los Chupacoños solo mira una cosa: el xixi, la cueva, la zona estratega en cuestión, que le causa tanto fervor a Antonio, y a toda su familia. De hecho, las mujeres de su familia han solido ser ciclistas, nadadoras o vaqueras, predominantemente, pues ver el coño era más fácil en aquellas donde se intuía su gran silueta. Las que usaban falda corta no eran lo mismo, porque por la calle no se iban agachando, pero en clase Antonio ha protagonizado más de una anécdota con la señorita reliquia de inglés, a quien le veía la pipa desde el último pupitre pero por su edad no era de agradecer…
Antonio Chupacoños era un tipo normal. Por las mañanas, se levantaba y chupaba coños. Por las noches, chupaba coños y se acostaba. Por las tardes… qué sería de él por las tardes. Esa lengua había que cuidarla. Y más porque el tercer tataranieto de los Chupacoños tenía un piercing.
Antonio desde pequeñito tenía un bonsai. Dicen los chinos, que saben mucho, que si no sabes cuidar una flor eres un mal novio o una mala novia, asi que con un bonsai más aún, porque es más delicado. A las plantas le dan mucha importancia. Y ahí Antonio aprendió todo lo que debía aprender de las abejas, las mariposas, las hormigas y las moscas. Y es que Antonio era muy Chupacoños y desde pequeñito tenía manías con la lengua, y chupaba las hormigas, y libaba las flores de las plantas que así lo merecían. Chupacoños, en su manual, dejó unas instrucciones para cuidar bonsais.
Poco a poco, este hijo de su padre y de su madre, fué elaborando un manual con todos sus conocimientos sobre la densa labor, que apenas ha llegado hasta nuestros días, porque es un arte difícil de llevar al culmen. Parte de sus conocimientos los sacó de una asídua suya, Pili la calientarabos se hacía llamar la muy santa, porque fue una delicada tarea enseñarle al bestia de Antonio cómo se debía comenzar.
Antonio comenzó a desarrollar excesivamente sus papilas gustativas debido a este don, así que aunque desde pequeñito comiera de todo, de mayor no podía probar una comida que no estuviera buena. Hombre, mujer, claro que acababa probando de todo, lo que pasa que se volvió muy selectivo, y aprendió a reconocer por el olfato, y por los demás sentidos en general, en especial también el gusto, el sabor de un buen coño. Reconocía también aquellos que, aunque no estuviesen bien lavados, se merecían un buen trabajito por su parte. Todo no iba a ser un jardín de rosas, pero a veces el asunto era todo un reto para él.

Si lo se, no vengo

Antonio Chupacoños se encontró un día con un cartel que estaba más bajo de la cuenta, por eso lo leyó, porque por su afición casi le sale joroba al tío. Pedían actores españoles, y lo más catetos posibles, para una serie americana, y después de todo una pasta no le venía nada mal. Pero resulta que la serie era porno, por lo que iba a disfrutar tela, pero tendría que aprender a hacer más cosas de las que hacía. Aún así participó y se vio envuelto en una especie de Embrujadas pero a lo porno.
Llegó al estudio de grabación, vestido con su chupa vaquera, cómo no iba a ser chupa, unos pantalones con agujeros, y chanclas de la playa. No os he contado de dónde era, por respetar su intimidad, pero la zona era costera, y ya sabéis que sea invierno o verano siempre hay gente por el centro con zapatillas, y siempre hay gente que no te deja entrar en los bares. Pues Antonio era uno de esos desgraciados. O afortunados, a los que no les importa lo que echarse encima. Hasta que se echó novia, cuando tuvo muchos problemas porque Toñi, que así se llamaba, decidía qué ropa quería que llevara.
El primer heredero de los Chupacoños entró al plató, rodeado de cristales oscuros que aquello parecía un interrogatorio de CSI Miami, porque su jefe era un chulo pelirrojo con gafas de sol, que le indicaba desde detrás todo lo que tenía que ir haciendo. Él no veía nada, para no ponerse como unos tomatoides de antaño ha, pero sabía que detrás había otra sala, que le observaba como a los conejillos de indias de psicología del Gran Hermano.
¡Bájate los cucos, Chupacoños! – gritó una voz. Y Antonio, sin comerlo ni beberlo, hizo lo que tenía que hacer, y se sacó la minga. Unos sudores fríos le corrían por todas partes, mientras una rubia, una morena y una pelirroja, atadas por unas cadenas en el cuello a pared de la sala, se dirigían como panteras en un circo hacia él. Y nunca mejor dicho, porque había que ver a Antonio húmedo, con los pelos electrizados, rojo, y con un tembleque de muy señor mío, esperando a las fieras. Todas ellas, hacia su miembro viril, que en estos momentos era lo más macho que tenía, porque estaba cacao de miedo. “Y todo por un par de perras”, pensaba Antonio.

Chupacoños Never Dies

¡Venga, Chupacoños, adelante, no te cortes! – era el grito de guerra que no le hacía falta para animarse, precisamente. El hijoputa de su pecoso jefe no dejaba de agobiarle para que se lanzara a la acción, animado con su imaginación y una pasta gansa que le esperaba a la salida, pero cohibido por una enorme cantidad de focos, material técnico tipo R2D2 y más mercachifles que él no tenía ni idea de para qué estaban ahí, y los puñeteros gritos de un astro del mundillo porno.
Sólo ver a esas tres muñecas allí de rodillitas, delante suya, como panteras en celo, o conejitas deseando… ¿dejarle preñao? ¡Ag, qué horror! ¡Pero si él no podía, me cago en to…! Piensa, Antonio, piensa. Piensa, Chupacoños, no puedes quedar así – se decía Antonio. Conejitas, conejitas, venid a mí… La calentura le subía por momentos. Pensaba cuando de chico le daba fiebre y se ponía malo, qué temblores madre, y de la infección, luego le salía un herpes. Malditos los herpes. Me cago en diez.
¡Antonioooooooooooo! ¡Cooooooooooooooooor-ten! – ahora ya no era el maldito pelirrojo, sino un tipo de pelo blanco, que más bien recordaba a Grissom. Y para colmo, había utilizado su nombre completo para denominarlo, toda una muestra de cabreo monumental. El técnico de sonido estaba cabreado porque una de las putillas había enganchado la cadena con el micro, y no se escuchaba el sonido. Escogonciao perdío, el cable se había convertido en un hilacho y había que cambiarlo. Otro parón. Y Antonio, que no podía resistir. Más gente dentro del plató, y allí él con su quiosquillo abierto y desplegado, y la clientela esperando. ¡Pero hombre –decía el bueno de Antonio- quiere dejarme a mí en paz! ¡Oiga, señora, que no me hace falta maquillaje, que se me va a caer enseguida! ¿Se había vuelto todo un pofesional del ponno, o se le había subido a la cabeza, o a otro sitio? – pensaba Antonio después.
Nada, que una vez arreglaos tos los percances del diresto, falso directo, of course, el actor continuó con su guión. Las mamá chicho con las que siempre había soñado eran poco comparadas con aquello. Ay, cacao maravillao. Ay, conejitas de playboy. Ay, la Barbi sirenita (se acordaba de su hermana de chica), qué tetas tenían. Qué porte. Pero aquellas eran mujeres de verdad; con sus sinuosas curvas, sus pechos de pezones rosados, su pelo al viento (aunque fuera el ventilador del estudio, que lo estaba dejando frito), sus cachetes ni blandos ni duros, sus labios carnosos…

A que voy con la de mear…

Mientras la gente del equipo salía del plató, Anthony (ya soñaba con su nombre artístico) se disponía a la labor, y ante todo, a concienciarse de su actuación. Quedarían fascinados cuando la vieran inflarse como un gran globo de aire. -Sí, los Chupacoños tienen el defecto de ser un poquito exagerados, pero un poquito na más, eh, eh.
De repente perdió de vista a la morena. Y es que la tipa había ido por detrás a ponerle unas esposas. Esta esposa sí que le gustaba a Antonio, que no creía en el matrimonio, y fíjate cómo se acabó casando (ese es otro capítulo). La morena, además de rozarle con su melena, le rozaba con sus tetas. Imaginaros ahora a Antonio, con una rubia y una pelirroja a los laterales y la morena haciéndole sombra. Todo iba muy despacio, y mientras la morena se le acercaba también lo hacían las otras dos macizas, de toma pan y moja, cada una con su gesto. La rubia simulaba un chirrido de dientes como una vampiresa. La pelirroja era más salvaje, agitaba su melena a la vez que se movían sus pechos. La morena, sinuosa. Un grito en el estudio hizo tambalearse el escenario, los pies de una cama. Unos rulos de colores, una mascarilla verde, unas uñas rojas… una abuela. ¡Coooooooooooorten! ¡Coño (Chupacoños miró, pero no era a él), señora!, ¿qué hace metiéndose en el plató? La vecina del cuarto, de la cuarta planta del bloque donde estaba la empresa pirata fantasma de rodaje porno del jefe de Chupacoños nieto se había enterado de que estaban haciendo un rodaje muy subidito de tono en el bloque, y no iba a admitirlo en su vecindario. Corriendo había bajado después de enterarse de todo por la chivata del sexto, que siempre es la que lo maquina todo y lo transmite por el barrio. Después de una charlita con Warrick, director de marketing de la compañía, se le pasó todo.
Esto ya parece Oliver y Benji, pensó Antonio, que se sentía un verdadero campeón. Le medía ya 15 centímetros y aún no había llegado lo mejor. Si es que cuando le habían cogido sería por algo. Además, por ser novato le salía barato a la empresa. Si es que hay becarios hasta en el porno, colegas.

A que no voy…

Mientras la morena pedía más, y la rubia quería más, y la pelirroja gritaba pues dale lo que puedas, candela, candela,… el Jefe se dedicaba a mirar una mota de polvo que había caído en la cámara 1, que pertenecía a un tal Javier, un tipo Almodóvar que las enternecía a todas (de ahí su contrato) cual patito de goma u osease osito de peluche fuera o fuerase, o foise, fuera cual fuese.
Antoine el Chupaquantrós en le fransé disfrutaba de lo mejor de la función, guiado por una mezcla de aromas a describir entre el xixi de farolillos de la pelirrojil, el tanga de agujeritos de la rubia y el látigo de la morena, que era el que más le hacía sufrir. Pero corto, y perezoso, se puso a recitar un poema que su hermano Virgilio le recitó una vez en la piscina, que pertenecía a su tatarabuelo Rogelio, y que así decía:
Hilandera que volaste
Que en mayo la curaste
Hoy aquí, mañana allí
Cucuruchí
De repente, un fuerte dolor en lo más alto del pico máximo del único miembro con neurona del sujeto Chupacoños, a donde ni el pelo llega, acabó con la farsa de 20 centímetros a lo largo, pasando a convertirse a lo ancho y aumentar por momentos, a enrojecer, a salpicar por doquier, y hasta a asustar. La morena y la rubia, siempre en guerra con la pelirroja, que ahora movía su lengua por el terreno dócil, le habían tratado de quitar la bestia que les atraía como un imán a manosearla, sobarla y libarla, en definitiva, con todas sus ansias por el dorado metal y la fama. Y en pos, por qué no, de picarse y ver cuál era la que mejor resultado daba. Estas féminas de hoy en día, que son guerreras, y siempre tienen que estar compitiendo como A tu lado y el Diario de Morticia, por decir un nombre.
Ná, que la Pipi Calzaslargas con tetas como melones sufrió un lapsus, y le dio un espasmo, lo que pagó con Antonio, que se quedó sin prepucio de golpe y porrazo y sin puntos. Después, ella se cayó de boca y se rompió la mandíbula. La morena comenzó a liarse con la rubia, mientras les salpicaba el tomate; el cámara, muy majo pero muy listo, o muy tonto, lo grabó todo. El jefe seguía flipando con la mancha y estuvo por llamar al Mayordomo de Tenn, porque era maripituso como él y estaba harto de las actrices que contrataba. Y Antonio se desmayó, y su lengua pasó de camino por varios coños. Así que cuando se levantó sólo se acordaba de eso, y lo aprendió de golpe, por lo que el resto de su vida se dedicó a la labor, con mucho gusto. Y esta historia acaba porque ella quiere finalizá y que no le pongan más parches ni pegas ni polietileno ni masilla ni ná de ná, que para pegar plomo ya se pegan otros entre sí, porque este mundillo del surrealismo al que esta historia casi no pertenece es para otros. Y que si tiene una primahermana, será más bajita, o más corta que es igual y es lo mismo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La revista

La revista Literary

La revista Literary Review tuvo hace un tiempo la ocurrente idea de crear el Bad Sex Award, un premio literario que distingue a la peor escena de sexo escrita en una novela. Muchos autores de fuste se llevaron el galardón, como Norman Mailer o Tom Wolfe, como comenté en un post anterior.

En narrativa como en la cama, hay de todo: buenas y malas experiencias. Ahora bien: en su blog sobre libros del diario británico The Guardian, al periodista Lee Rourke parece que se le fue un poco la mano.

Palabras más, palabras menos, afirma Rourke: "El sexo no pertenece al papel, al menos no la clase de sexo que leemos el las ficciones de la literatura contemporánea... Cuando los novelistas tratan de hacer literatura con sus escenas de sexo (...) fracasan miserablemente. La aproximación literaria para escribir una escena de sexo decente y creíble es la cosa más embarazosa que pueda verse en la literatura contemporánea actual".

Rourke sostiene su teoría en dos novelas: Las partículas elementales de Michel Houellebecq y On Chesil Beach de Ian McEwan, y reproduce algunos párrafos a los que considera sexualemnte "mecánicos, primitivos, monótonos".

Como era de espearse, los comentarios llovieron a cántaros sobre su blog. Muchos coinciden con la frgidiez de las escenas narradas por Houellebecq y McEwan, pero de ahí a generalizar que "cuando los escritores tratan de convertir al sexo en algo literario -algo que nunca puede ocurrir- empiezan a perder completamente el foco". Un disparate.

Que tire la primera piedra quien no se haya entibiado un poco con el reencuentro postergado de los amantes en Al sur de la frontera, al este del sol de Haruki Murakami, con el intercambio de fluidos de tono fantástico entre un humano y una carasapo en La piel fría de Albert Sánchez-Piñol, con los inquietantes entuentros de American Psycho de Bret Easton Ellis, y siguen las firmas que han sabido poner en alza al lector.

Y eso para hablar de los contemporáneos. En Lolita de Nabokov, Trópico de Cáncer de Henry Miller o La exhibición de atrocidades de J. G. Ballard, hay cantidades de páginas para entrar en ebullición.