miércoles, 8 de diciembre de 2010

Lesbianismo





Lesbianismo: ¿Transgresión del mandato histórico
o diversidad para discriminadas útiles?
Margaria Pisano

--- La cultura que produce el mundo homosexual masculino, tanto o más impregnada de misoginia que la heterosexual
--- El pensamiento lesbiano ha sido un lugar de escondite y de exposición de un proyecto distinto de sociedad
--- Sin entender la complejidad de la cultura masculina y lo funcionales que podemos llegar a ser, es difícil que nuestra opción sexual tenga una dimensión transformadora
La historia de la especie humana está marcada con cuerpos diferentes, cuerpo-mujer/cuerpo-hombre. Sobre estos cuerpos sexuados se construye todo un sistema de significados, valores, símbolos, usos y costumbres que normalizan tanto a nuestros cuerpos como a la sexualidad, delimitándolos exclusivamente al modelo de la heterosexualidad reproductiva.

La negación de la sexualidad, así como su reducción a lo reproductivo es fundamental para declarar al cuerpo como un objeto a dominar, en contrapunto a lo superior: la mente y el espíritu. El hombre superior es aquel que domina su cuerpo y para el cual el cuerpo es algo molesto pero inevitable. El corte conflicto entre cuerpo y mente es una de las zonas donde se experimenta el dominio y donde se instala la construcción de las carencias.

Al cuerpo varón se le asignan las capacidades de crear, pensar organizar y elaborar valores, que es lo que se define como masculino y que se traduce en un cuerpo simbólico masculino, como lugar de entrenamiento y desarrollo para el dominio, tal como piensa sus cuerpos culturales (academia, deportes, guerras, uniformes, etc.) Este es el cuerpo que se admira y se recupera para la cultura masculinista.

El cuerpo mujer, por el contrario, es un cuerpo subordinado a su función reproductiva esencial: la maternidad, reducida a sujeto instintivo, a objeto de placer, donde es anulada como sujeto pensante por esta operación cultural de cuerpo supeditado al dominio.

Con estos signos se construyen las ideas de feminidad, donde la mujer pierde automáticamente la autonomía e independencia, para formar parte integrante de una masculinidad que nos piensa, nos delimita, nos define, tanto como diseña nuestra subordinación en todos los ámbitos, subordinación que es mucho más sutil y profunda de lo que aparentemente pudiéramos apreciar.

La sumisión y la deslegitimación de las mujeres -hecho fundacional de patriarcado- se extiende y perfecciona en la cultura masculinista contemporánea, aunque haga el juego de apariencias democráticas e igualitarias. Detrás de todo esto existe una historia de represión donde las mujeres han sido desprovistas de la palabra y fundamentalmente de proyectos políticos, lo que hace imposible salirse del lugar asignado, y es en este lugar donde se usa a la sexualidad como un acto de apropiación que conlleva la dominación como idea de construcción cultural.

Para que todo esto opere, la historia de las mujeres ha sido focalizada al ejercicio del amar sobre el pensar, esto hace que el amor adquiera una dimensión invasiva y prioritaria correspondiendo así al mandato cultural: las mujeres aman y los hombres piensan. Desde este espacio amoroso, subordinado, ejercen sus pequeños poderes, sus resistencias, sus tretas, sus influencias, pues es el único espacio de poder relativo que les pertenece. Pero, contradictoriamente, no somos las mujeres las amadas por la cultura, sino más bien, deseadas, poseídas y temidas. Son los hombres los amados, tanto por las mujeres como por los propios hombres, construyendo una cultura misógina que ama a los hombres y odia a las mujeres.

Se podría desprender entonces, que las mujeres que aman a las mujeres, las lesbianas, transgreden este mandato histórico de subordinación a lo masculino, tiene la potencialidad de sanarse de la propia misoginia y resimbolizarse, no en función de otros, sino para sí mismas. Sin embargo esta socialización conlleva una trampa muy potente, pues cuando amamos a una mujer nos transformamos en sujetos doblemente focalizados hacia el amor, atrapadas en los mismos espacios que nos enajenaron de la historia de la humanidad, aunque al mismo tiempo contiene la ruptura de los límites de lo femenino y la resistencia al proyecto heterosexual establecido, rompiendo no sólo la misoginia, sino fundamentalmente la fidelidad de amor hacia los hombres.

Por tanto, la dimensión política lésbica no es la misma que la del mundo homosexual varón, pues aunque estos últimos rompan con el estereotipo de la heterosexualidad dejan intactos los valores que sostienen a la masculinidad. No cuestionan el sistema de dominio que hace posible el sexismo, el clasismo, el derechismo y por consiguiente la homofobia del sistema, alimentando contradictoriamente su propia discriminación.

Los modelos eróticos con que somos socializadas se van construyendo y reconstruyendo desde los poderes culturales, son reforzados permanentemente por la iconografía de los medios de comunicación y de grupos culturales que, aunque aparentemente tengan una posición permisiva o cuestionadora, en lo medular siguen sosteniendo los viejos valores de la masculinidad. Para cambiar estos valores se requiere necesariamente de un proceso político cultural civilizatorio que cuestione en lo más profundo los viejos estereotipos de la sociedad patriarcal, que sigue totalmente vigente aunque se haya travestido de una pseudo igualdad en esta masculinidad moderna.

El lesbianismo corresponde a un pensamiento histórico-político que tiene características propias y que no son comparables ni semejantes a la experiencia de las mujeres heterosexuales, aunque como mujeres seamos desvalorizadas por este hecho.

Las lesbianas somos discriminadas doblemente, como sujeto mujer y en tanto rebeldes al modelo heterosexual reproductivo, del mismo modo que somos periféricas al movimiento homosexual, donde se admira la masculinidad y se exalta el cuerpo del varón, tanto o más que en los lugares políticos de la masculinidad heterosexual.

La especificiadad de la problemática de las lesbianas -a medida que el mundo homosexual ha adquirido más visibilidad- queda sumida en una lectura homosexual generalizada, donde priman de la misma manera que en la heterosexualidad, los intereses masculinos de un trato igualitario que no nos contiene.

Las feministas y las feministas lesbianas sabemos que con leyes igualitarias no se arreglan nuestros problemas, ni se derrumba la feminidad como construcción cultural, por el contrario, la masculinidad sólo suma a su cultura a "los discriminados útiles" y ése es su juego de la diversidad.
La aspiración de igualdad que tiene el movimiento homosexual, corresponde a la nostalgia de haber formado parte de lo establecido y de compartir espacios de poder político y económico con el resto de los hombres; forman parte del colectivo varón que tiene el poder, aunque sufran discriminación.

La cultura que produce el mundo homosexual masculino está tanto o más impregnada de misoginia que la heterosexual y ha sido usada por la cultura neoliberal masculina para atrapar a las mujeres más que nunca en la secundaridad y la revalorización de objeto útil, pues el travestido no es otra cosa que la caracterización de la tonta femenina subordinada a los deseos y maltratos de la masculinidad.

La comunidad homosexual debiera pensar estos tics conservadores, tanto como el deseo de querer acceder a un sistema que los reprueba y persigue, ya que sin entender la complejidad de la cultura masculinista en la que vivimos y lo funcional que podemos llegar a serle, es difícil que nuestra opción sexual tenga una dimensión transformadora. Poco tenemos que hacer con los varones homosexuales, ellos no tienen nuestras experiencias corporales, históricas,ni biográficas de maltrato y sumisión, no son discriminados por sus cuerpos, sino por sus opciones, forman parte de esa cultura, la reafirman y marcan constantemente.

La lesbo-homosexualidad se piensa desde un lugar fronterizo, entre la homosexualidad y la heterosexualidad, no forma parte de ninguno de estos modelos, aunque contenga algunos de sus tics culturales, pues históricamente el pensamiento lesbiano ha sido un lugar de escondite y de exposición de un proyecto distinto de sociedad, donde no se necesite de la tolerancia de los poderes económicos, religiosos, culturales y políticos, para poder existir.

jueves, 24 de junio de 2010

Por qué mienten

Por qué las mujeres mienten en la cama

Las más jóvenes siguen fingiendo en sus relaciones sexuales por temor a perder a sus Enviar a un amigo

 

Las expertas critican que los estudios sobre sexo sean sobre el número de coitos y no sobre su calidad. REUTERS
MAGDA BANDERA - MADRID - 15/02/2010 08:30

La clave no es si las mujeres mienten o no en la cama, sino saber por qué lo hacen", remarca la psicóloga Raquel Platero, profesora de secundaria y especialista en temas de género. Una encuesta sobre sexualidad hecha pública el pasado miércoles asegura que una de cada tres mujeres cree que a veces es necesario fingir en la cama. Además, según otros estudios similares, lo han hecho en más de una ocasión.
Admitirlo públicamente no es tan fácil. Al oírlo, ellos se indignan y ellas son tildadas de frígidas, pérfidas o ambas cosas. Por ello, Teresa, empresaria de 40 años y feminista declarada, prefiere ocultar su identidad para argumentar por qué ha mentido alguna vez: "No sólo he fingido un orgasmo. También ha podido ser un desastre y he soltado un piadoso ¡qué bien ha estado!, cuando me ha preguntado. Lo he hecho para no ofender. Si le dices a un hombre que es un mal amante, lo hundes. Ellos podrían aprender del instinto de protección del que gozamos algunas féminas, incapaces de ofender y menos gratuitamente".
Una de cada tres encuestadas cree que a veces es necesario fingir
Para la mayoría de las mujeres de más de 60 años, el sexo era una obligación y solían mentir para que sus maridos, que por lo general poco sabían sobre el clítoris, acabaran cuanto antes. Ese recurso sigue siendo bastante común, constata Soledad Muruaga, presidenta de la asociación Mujeres para la Salud. La siguiente generación, entre los 35 y 60 años, ya siente que tiene derecho a pedir, aunque la mayoría "perpetúa el modelo basado en la falocracia, que les produce mucha insatisfacción. Y por ello mienten a menudo", añade esta psicóloga.
Las más jóvenes han cambiado, pero no tanto como podría parecer, asegura Muruaga. Las más abiertas piensan que la liberación sexual consiste en separar sexualidad de afectividad, y que lo contrario es cursi y anticuado. "Creen que para ser modernas tienen que seguir el modelo sexual de los hombres. Dicen que lo normal es alternar varias parejas y que todas las conductas son válidas, si hay consentimiento", añade.

Desconocimiento del placer

"Se miden las relaciones por el número de coitos", critica una experta
Lo malo, según esta especialista, es que tienen poco conocimiento del propio placer, reproducen conductas del porno pensado para los hombres y se autoconvencen de que a ellas también les gusta. "Al menos, en una primera etapa, porque después, muchas vienen a la consulta diciendo que se sienten utilizadas e insatisfechas". Para esta feminista, "ese autoengaño es una nueva forma de neomachismo. Ya no hace falta obligarlas a repetir el modelo falocrático, ellas mismas lo hacen por iniciativa propia. El pene es el rey de las relaciones. Además, los artificiales están por todas partes".
Las encuestas también tienen parte de culpa, según Platero. Para empezar, porque suelen preguntar en clave masculina. "Siguen midiendo las relaciones en función del número de coitos", critica. Pero, ¿cuándo es sexo y cuándo no lo es? ¿Por qué no se cuantifica cuántas veces se siente placer en lugar de los condones que se han usado? ¿Por qué nunca se pregunta por los orgasmos múltiples?
No ajustarse a la cantidad de coitos "deseable" produce mucha ansiedad. "Ahora las chicas también quieren dar la talla", asegura Muruaga. "Para lograrlo, mienten. Tienen que ser supermujeres y eso incluye ser muy buenas en la cama. Pero sobre todo, el problema es que fingen porque siguen teniendo la autoestima muy baja. Lo hacen para que sus parejas las acepten y les den afecto".
Platero comprueba a diario este tipo de conducta entre sus alumnas: "Hay chicas muy concienciadas, que saben y dicen lo que quieren, pero la mayoría sigue sometiéndose a lo que ellos desean. Algunas, incluso a la hora de vestirse. Mienten para no poner en peligro la relación".

Sinceridad entre amigas

Por suerte, muchas se sinceran con sus amigas. "Se ha hecho mucha mofa sobre el fenómeno de los tuppersex, pero se ha investigado poco a qué obedece que un grupo de mujeres se reúna para hablar de sexo, ¿por qué sienten esa necesidad?", pregunta Platero.
La encuesta que hizo pública el miércoles el Ministerio de Sanidad afirma que las mujeres suelen ser más cómplices entre sí que los hombres, y que el 20% de ellas habla de sexo con sus amigas de manera habitual. Y entonces sí se permiten la franqueza. En lugar de fanfarronear, el 66% dice la verdad.
"Y la verdad es que de vez en cuando exageras. A veces, ni te das cuenta, es parte del juego. Sabes que si lo entusiasmas sales ganando en todos los sentidos. Si la tiene pequeña, le dices que eso te gusta porque es más habilidoso con las manualidades. Si la tiene grande, le dices que el tamaño importa mucho, digan lo que digan", admite Eva, treintañera con pareja estable. "Es triste, lo sé, pero quieres tenerlo contento para que tu vida sea más fácil. Un hombre acomplejado es un fastidio y hay que convivir. Además, en el fondo saben la verdad. Ellos lo tienen más difícil para fingir, pero hay una cosa que se llaman contracciones".

miércoles, 10 de marzo de 2010

Mientes las mujeres

Por qué las mujeres mienten en la cama

Las más jóvenes siguen fingiendo en sus relaciones sexuales por temor a perder a sus Enviar a un amigo

 

Las expertas critican que los estudios sobre sexo sean sobre el número de coitos y no sobre su calidad. REUTERS
MAGDA BANDERA - MADRID - 15/02/2010 08:30

La clave no es si las mujeres mienten o no en la cama, sino saber por qué lo hacen", remarca la psicóloga Raquel Platero, profesora de secundaria y especialista en temas de género. Una encuesta sobre sexualidad hecha pública el pasado miércoles asegura que una de cada tres mujeres cree que a veces es necesario fingir en la cama. Además, según otros estudios similares, lo han hecho en más de una ocasión.
Admitirlo públicamente no es tan fácil. Al oírlo, ellos se indignan y ellas son tildadas de frígidas, pérfidas o ambas cosas. Por ello, Teresa, empresaria de 40 años y feminista declarada, prefiere ocultar su identidad para argumentar por qué ha mentido alguna vez: "No sólo he fingido un orgasmo. También ha podido ser un desastre y he soltado un piadoso ¡qué bien ha estado!, cuando me ha preguntado. Lo he hecho para no ofender. Si le dices a un hombre que es un mal amante, lo hundes. Ellos podrían aprender del instinto de protección del que gozamos algunas féminas, incapaces de ofender y menos gratuitamente".
Una de cada tres encuestadas cree que a veces es necesario fingir
Para la mayoría de las mujeres de más de 60 años, el sexo era una obligación y solían mentir para que sus maridos, que por lo general poco sabían sobre el clítoris, acabaran cuanto antes. Ese recurso sigue siendo bastante común, constata Soledad Muruaga, presidenta de la asociación Mujeres para la Salud. La siguiente generación, entre los 35 y 60 años, ya siente que tiene derecho a pedir, aunque la mayoría "perpetúa el modelo basado en la falocracia, que les produce mucha insatisfacción. Y por ello mienten a menudo", añade esta psicóloga.
Las más jóvenes han cambiado, pero no tanto como podría parecer, asegura Muruaga. Las más abiertas piensan que la liberación sexual consiste en separar sexualidad de afectividad, y que lo contrario es cursi y anticuado. "Creen que para ser modernas tienen que seguir el modelo sexual de los hombres. Dicen que lo normal es alternar varias parejas y que todas las conductas son válidas, si hay consentimiento", añade.

Desconocimiento del placer

"Se miden las relaciones por el número de coitos", critica una experta
Lo malo, según esta especialista, es que tienen poco conocimiento del propio placer, reproducen conductas del porno pensado para los hombres y se autoconvencen de que a ellas también les gusta. "Al menos, en una primera etapa, porque después, muchas vienen a la consulta diciendo que se sienten utilizadas e insatisfechas". Para esta feminista, "ese autoengaño es una nueva forma de neomachismo. Ya no hace falta obligarlas a repetir el modelo falocrático, ellas mismas lo hacen por iniciativa propia. El pene es el rey de las relaciones. Además, los artificiales están por todas partes".
Las encuestas también tienen parte de culpa, según Platero. Para empezar, porque suelen preguntar en clave masculina. "Siguen midiendo las relaciones en función del número de coitos", critica. Pero, ¿cuándo es sexo y cuándo no lo es? ¿Por qué no se cuantifica cuántas veces se siente placer en lugar de los condones que se han usado? ¿Por qué nunca se pregunta por los orgasmos múltiples?
No ajustarse a la cantidad de coitos "deseable" produce mucha ansiedad. "Ahora las chicas también quieren dar la talla", asegura Muruaga. "Para lograrlo, mienten. Tienen que ser supermujeres y eso incluye ser muy buenas en la cama. Pero sobre todo, el problema es que fingen porque siguen teniendo la autoestima muy baja. Lo hacen para que sus parejas las acepten y les den afecto".
Platero comprueba a diario este tipo de conducta entre sus alumnas: "Hay chicas muy concienciadas, que saben y dicen lo que quieren, pero la mayoría sigue sometiéndose a lo que ellos desean. Algunas, incluso a la hora de vestirse. Mienten para no poner en peligro la relación".

Sinceridad entre amigas

Por suerte, muchas se sinceran con sus amigas. "Se ha hecho mucha mofa sobre el fenómeno de los tuppersex, pero se ha investigado poco a qué obedece que un grupo de mujeres se reúna para hablar de sexo, ¿por qué sienten esa necesidad?", pregunta Platero.
La encuesta que hizo pública el miércoles el Ministerio de Sanidad afirma que las mujeres suelen ser más cómplices entre sí que los hombres, y que el 20% de ellas habla de sexo con sus amigas de manera habitual. Y entonces sí se permiten la franqueza. En lugar de fanfarronear, el 66% dice la verdad.
"Y la verdad es que de vez en cuando exageras. A veces, ni te das cuenta, es parte del juego. Sabes que si lo entusiasmas sales ganando en todos los sentidos. Si la tiene pequeña, le dices que eso te gusta porque es más habilidoso con las manualidades. Si la tiene grande, le dices que el tamaño importa mucho, digan lo que digan", admite Eva, treintañera con pareja estable. "Es triste, lo sé, pero quieres tenerlo contento para que tu vida sea más fácil. Un hombre acomplejado es un fastidio y hay que convivir. Además, en el fondo saben la verdad. Ellos lo tienen más difícil para fingir, pero hay una cosa que se llaman contracciones".

viernes, 5 de marzo de 2010

Chupacoños

Queridos y admirados frikis: Después de desempolvar y desempolvar, y decidir no volver a limpiar y mejor follar, encontré unos polvorientos (como no) documentos de antaño, o mejor dicho de Antonio, apellidado Chupacoños Enelpajar, ese hombre de bien que vivió hace ya unos lustros y cuyas andanzas no han llegado a nuestros días por un problema con el fax. Pero que nuestro querido Satánico ha decidido que ostras mita. Porque es un mito este hombre, ¿y por qué vamos a dejar su historia en los más hondo de un pozo sin fondo?, debemos convertirlo en un Maradona y casarnos bajo su doctrina, chuparcoños, que desde luego es una afición que muchos ocultan. ¡Sí, tú, ese que va por la calle y ni saluda cuando se encuentra a un conocido!
-¿Por qué será?- Chupacoños lo revela en sus relatos -“¿Por qué a los chupacoños nos da vergüenza saludar en la calle?”.
Antonio Chupacoños siempre ha ido con la cabeza muy alta cuando caminaba por la calle, por muchas mierdas que pisase, por muchas palomas que se le cagasen, cubos de agua que le tiraban en las fiestas del Pueblo (en que el apellido Chupacoños era muy común) y porque las chicas, muy de su pueblo, le tiraban piedras cuando querían que Antonio se acercara y se agachase un poquito. El “agachate, y vuelvete a agachar, que los agachaditos lo saben chupar” era habitual en la cultura de estos pueblerinos, que miles de desventuras causaron al pobre y digno Antonio, que sólo desvelo del final, se acabó comprando unas rodilleras mejores que las de Casillas. Sería así por la pasta que le valieron, porque por otra cosa no… Cuando las niñas jugaban a la comba, no cantaban el elefante azul, sino el tanga azul, para motivar a niños como este. Pero todo hay que decirlo, chupar coños es un arte, y si no, que le pregunten a Antonio, campeón mundial. Bueno, eso cuenta él en sus memorias, que yo dudo que sea cierto, porque nada hay como una buena verga bien introducida.
Memorias de un Antonio
Chupacoños era el tatarabuelo, el bisabuelo, el abuelo, el padre y el niño. El tatarabuelo aprendió el arte siendo chulo de puta. Pero el gañán almacenaba colas y colas de guarronas de todas las nacionalidades, sobre todo españolas por supuesto, dentro de un localcito ilegal en calle Almendrasenflor, en el Pueblo. No digo su nombre por si los afectados se afectan, y para que los niños no repitan las cosas que hacen los mayores, porque chupar coños es un arte que hay que engendrar de familia, prácticamente hereditario. Se puede aprender y no es fácil, pero para eso están otras webs y aquí no nos vamos a poner a dar detalles…
La característica principal de esta familia, y de muchas Chupacoños que han borrado su apellido, por vengüenza, del DNI (no sé por qué, porque Antonio era un señor muy honorable, y su padre también, y su tío, y su abuelo, y la hermana de su prima que parecía un chavalueco con el bigote que tenía), consistía en una mancha blanca junto a la boca. Como ese lunar que tenía el cielito lindo de la canción, ay, que no se lo quite nunca, y que no se quite nunca la manchita de los chupacoños, que se tienen que maquillar para ir por la calle, aunque a algunos ya no se les nota.
Todos habréis averiguado que Antonio Chupacoños ha conocido tantos que ya no mira las caras, que no tienen importancia. Y aparte de la vergüenza de la manchita de nacimiento en la boca, que no sé si aunque lo diga en el libro después de tanto chupar llegó a mantener, el hijo de los Chupacoños solo mira una cosa: el xixi, la cueva, la zona estratega en cuestión, que le causa tanto fervor a Antonio, y a toda su familia. De hecho, las mujeres de su familia han solido ser ciclistas, nadadoras o vaqueras, predominantemente, pues ver el coño era más fácil en aquellas donde se intuía su gran silueta. Las que usaban falda corta no eran lo mismo, porque por la calle no se iban agachando, pero en clase Antonio ha protagonizado más de una anécdota con la señorita reliquia de inglés, a quien le veía la pipa desde el último pupitre pero por su edad no era de agradecer…
Antonio Chupacoños era un tipo normal. Por las mañanas, se levantaba y chupaba coños. Por las noches, chupaba coños y se acostaba. Por las tardes… qué sería de él por las tardes. Esa lengua había que cuidarla. Y más porque el tercer tataranieto de los Chupacoños tenía un piercing.
Antonio desde pequeñito tenía un bonsai. Dicen los chinos, que saben mucho, que si no sabes cuidar una flor eres un mal novio o una mala novia, asi que con un bonsai más aún, porque es más delicado. A las plantas le dan mucha importancia. Y ahí Antonio aprendió todo lo que debía aprender de las abejas, las mariposas, las hormigas y las moscas. Y es que Antonio era muy Chupacoños y desde pequeñito tenía manías con la lengua, y chupaba las hormigas, y libaba las flores de las plantas que así lo merecían. Chupacoños, en su manual, dejó unas instrucciones para cuidar bonsais.
Poco a poco, este hijo de su padre y de su madre, fué elaborando un manual con todos sus conocimientos sobre la densa labor, que apenas ha llegado hasta nuestros días, porque es un arte difícil de llevar al culmen. Parte de sus conocimientos los sacó de una asídua suya, Pili la calientarabos se hacía llamar la muy santa, porque fue una delicada tarea enseñarle al bestia de Antonio cómo se debía comenzar.
Antonio comenzó a desarrollar excesivamente sus papilas gustativas debido a este don, así que aunque desde pequeñito comiera de todo, de mayor no podía probar una comida que no estuviera buena. Hombre, mujer, claro que acababa probando de todo, lo que pasa que se volvió muy selectivo, y aprendió a reconocer por el olfato, y por los demás sentidos en general, en especial también el gusto, el sabor de un buen coño. Reconocía también aquellos que, aunque no estuviesen bien lavados, se merecían un buen trabajito por su parte. Todo no iba a ser un jardín de rosas, pero a veces el asunto era todo un reto para él.

Si lo se, no vengo

Antonio Chupacoños se encontró un día con un cartel que estaba más bajo de la cuenta, por eso lo leyó, porque por su afición casi le sale joroba al tío. Pedían actores españoles, y lo más catetos posibles, para una serie americana, y después de todo una pasta no le venía nada mal. Pero resulta que la serie era porno, por lo que iba a disfrutar tela, pero tendría que aprender a hacer más cosas de las que hacía. Aún así participó y se vio envuelto en una especie de Embrujadas pero a lo porno.
Llegó al estudio de grabación, vestido con su chupa vaquera, cómo no iba a ser chupa, unos pantalones con agujeros, y chanclas de la playa. No os he contado de dónde era, por respetar su intimidad, pero la zona era costera, y ya sabéis que sea invierno o verano siempre hay gente por el centro con zapatillas, y siempre hay gente que no te deja entrar en los bares. Pues Antonio era uno de esos desgraciados. O afortunados, a los que no les importa lo que echarse encima. Hasta que se echó novia, cuando tuvo muchos problemas porque Toñi, que así se llamaba, decidía qué ropa quería que llevara.
El primer heredero de los Chupacoños entró al plató, rodeado de cristales oscuros que aquello parecía un interrogatorio de CSI Miami, porque su jefe era un chulo pelirrojo con gafas de sol, que le indicaba desde detrás todo lo que tenía que ir haciendo. Él no veía nada, para no ponerse como unos tomatoides de antaño ha, pero sabía que detrás había otra sala, que le observaba como a los conejillos de indias de psicología del Gran Hermano.
¡Bájate los cucos, Chupacoños! – gritó una voz. Y Antonio, sin comerlo ni beberlo, hizo lo que tenía que hacer, y se sacó la minga. Unos sudores fríos le corrían por todas partes, mientras una rubia, una morena y una pelirroja, atadas por unas cadenas en el cuello a pared de la sala, se dirigían como panteras en un circo hacia él. Y nunca mejor dicho, porque había que ver a Antonio húmedo, con los pelos electrizados, rojo, y con un tembleque de muy señor mío, esperando a las fieras. Todas ellas, hacia su miembro viril, que en estos momentos era lo más macho que tenía, porque estaba cacao de miedo. “Y todo por un par de perras”, pensaba Antonio.

Chupacoños Never Dies

¡Venga, Chupacoños, adelante, no te cortes! – era el grito de guerra que no le hacía falta para animarse, precisamente. El hijoputa de su pecoso jefe no dejaba de agobiarle para que se lanzara a la acción, animado con su imaginación y una pasta gansa que le esperaba a la salida, pero cohibido por una enorme cantidad de focos, material técnico tipo R2D2 y más mercachifles que él no tenía ni idea de para qué estaban ahí, y los puñeteros gritos de un astro del mundillo porno.
Sólo ver a esas tres muñecas allí de rodillitas, delante suya, como panteras en celo, o conejitas deseando… ¿dejarle preñao? ¡Ag, qué horror! ¡Pero si él no podía, me cago en to…! Piensa, Antonio, piensa. Piensa, Chupacoños, no puedes quedar así – se decía Antonio. Conejitas, conejitas, venid a mí… La calentura le subía por momentos. Pensaba cuando de chico le daba fiebre y se ponía malo, qué temblores madre, y de la infección, luego le salía un herpes. Malditos los herpes. Me cago en diez.
¡Antonioooooooooooo! ¡Cooooooooooooooooor-ten! – ahora ya no era el maldito pelirrojo, sino un tipo de pelo blanco, que más bien recordaba a Grissom. Y para colmo, había utilizado su nombre completo para denominarlo, toda una muestra de cabreo monumental. El técnico de sonido estaba cabreado porque una de las putillas había enganchado la cadena con el micro, y no se escuchaba el sonido. Escogonciao perdío, el cable se había convertido en un hilacho y había que cambiarlo. Otro parón. Y Antonio, que no podía resistir. Más gente dentro del plató, y allí él con su quiosquillo abierto y desplegado, y la clientela esperando. ¡Pero hombre –decía el bueno de Antonio- quiere dejarme a mí en paz! ¡Oiga, señora, que no me hace falta maquillaje, que se me va a caer enseguida! ¿Se había vuelto todo un pofesional del ponno, o se le había subido a la cabeza, o a otro sitio? – pensaba Antonio después.
Nada, que una vez arreglaos tos los percances del diresto, falso directo, of course, el actor continuó con su guión. Las mamá chicho con las que siempre había soñado eran poco comparadas con aquello. Ay, cacao maravillao. Ay, conejitas de playboy. Ay, la Barbi sirenita (se acordaba de su hermana de chica), qué tetas tenían. Qué porte. Pero aquellas eran mujeres de verdad; con sus sinuosas curvas, sus pechos de pezones rosados, su pelo al viento (aunque fuera el ventilador del estudio, que lo estaba dejando frito), sus cachetes ni blandos ni duros, sus labios carnosos…

A que voy con la de mear…

Mientras la gente del equipo salía del plató, Anthony (ya soñaba con su nombre artístico) se disponía a la labor, y ante todo, a concienciarse de su actuación. Quedarían fascinados cuando la vieran inflarse como un gran globo de aire. -Sí, los Chupacoños tienen el defecto de ser un poquito exagerados, pero un poquito na más, eh, eh.
De repente perdió de vista a la morena. Y es que la tipa había ido por detrás a ponerle unas esposas. Esta esposa sí que le gustaba a Antonio, que no creía en el matrimonio, y fíjate cómo se acabó casando (ese es otro capítulo). La morena, además de rozarle con su melena, le rozaba con sus tetas. Imaginaros ahora a Antonio, con una rubia y una pelirroja a los laterales y la morena haciéndole sombra. Todo iba muy despacio, y mientras la morena se le acercaba también lo hacían las otras dos macizas, de toma pan y moja, cada una con su gesto. La rubia simulaba un chirrido de dientes como una vampiresa. La pelirroja era más salvaje, agitaba su melena a la vez que se movían sus pechos. La morena, sinuosa. Un grito en el estudio hizo tambalearse el escenario, los pies de una cama. Unos rulos de colores, una mascarilla verde, unas uñas rojas… una abuela. ¡Coooooooooooorten! ¡Coño (Chupacoños miró, pero no era a él), señora!, ¿qué hace metiéndose en el plató? La vecina del cuarto, de la cuarta planta del bloque donde estaba la empresa pirata fantasma de rodaje porno del jefe de Chupacoños nieto se había enterado de que estaban haciendo un rodaje muy subidito de tono en el bloque, y no iba a admitirlo en su vecindario. Corriendo había bajado después de enterarse de todo por la chivata del sexto, que siempre es la que lo maquina todo y lo transmite por el barrio. Después de una charlita con Warrick, director de marketing de la compañía, se le pasó todo.
Esto ya parece Oliver y Benji, pensó Antonio, que se sentía un verdadero campeón. Le medía ya 15 centímetros y aún no había llegado lo mejor. Si es que cuando le habían cogido sería por algo. Además, por ser novato le salía barato a la empresa. Si es que hay becarios hasta en el porno, colegas.

A que no voy…

Mientras la morena pedía más, y la rubia quería más, y la pelirroja gritaba pues dale lo que puedas, candela, candela,… el Jefe se dedicaba a mirar una mota de polvo que había caído en la cámara 1, que pertenecía a un tal Javier, un tipo Almodóvar que las enternecía a todas (de ahí su contrato) cual patito de goma u osease osito de peluche fuera o fuerase, o foise, fuera cual fuese.
Antoine el Chupaquantrós en le fransé disfrutaba de lo mejor de la función, guiado por una mezcla de aromas a describir entre el xixi de farolillos de la pelirrojil, el tanga de agujeritos de la rubia y el látigo de la morena, que era el que más le hacía sufrir. Pero corto, y perezoso, se puso a recitar un poema que su hermano Virgilio le recitó una vez en la piscina, que pertenecía a su tatarabuelo Rogelio, y que así decía:
Hilandera que volaste
Que en mayo la curaste
Hoy aquí, mañana allí
Cucuruchí
De repente, un fuerte dolor en lo más alto del pico máximo del único miembro con neurona del sujeto Chupacoños, a donde ni el pelo llega, acabó con la farsa de 20 centímetros a lo largo, pasando a convertirse a lo ancho y aumentar por momentos, a enrojecer, a salpicar por doquier, y hasta a asustar. La morena y la rubia, siempre en guerra con la pelirroja, que ahora movía su lengua por el terreno dócil, le habían tratado de quitar la bestia que les atraía como un imán a manosearla, sobarla y libarla, en definitiva, con todas sus ansias por el dorado metal y la fama. Y en pos, por qué no, de picarse y ver cuál era la que mejor resultado daba. Estas féminas de hoy en día, que son guerreras, y siempre tienen que estar compitiendo como A tu lado y el Diario de Morticia, por decir un nombre.
Ná, que la Pipi Calzaslargas con tetas como melones sufrió un lapsus, y le dio un espasmo, lo que pagó con Antonio, que se quedó sin prepucio de golpe y porrazo y sin puntos. Después, ella se cayó de boca y se rompió la mandíbula. La morena comenzó a liarse con la rubia, mientras les salpicaba el tomate; el cámara, muy majo pero muy listo, o muy tonto, lo grabó todo. El jefe seguía flipando con la mancha y estuvo por llamar al Mayordomo de Tenn, porque era maripituso como él y estaba harto de las actrices que contrataba. Y Antonio se desmayó, y su lengua pasó de camino por varios coños. Así que cuando se levantó sólo se acordaba de eso, y lo aprendió de golpe, por lo que el resto de su vida se dedicó a la labor, con mucho gusto. Y esta historia acaba porque ella quiere finalizá y que no le pongan más parches ni pegas ni polietileno ni masilla ni ná de ná, que para pegar plomo ya se pegan otros entre sí, porque este mundillo del surrealismo al que esta historia casi no pertenece es para otros. Y que si tiene una primahermana, será más bajita, o más corta que es igual y es lo mismo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La revista

La revista Literary

La revista Literary Review tuvo hace un tiempo la ocurrente idea de crear el Bad Sex Award, un premio literario que distingue a la peor escena de sexo escrita en una novela. Muchos autores de fuste se llevaron el galardón, como Norman Mailer o Tom Wolfe, como comenté en un post anterior.

En narrativa como en la cama, hay de todo: buenas y malas experiencias. Ahora bien: en su blog sobre libros del diario británico The Guardian, al periodista Lee Rourke parece que se le fue un poco la mano.

Palabras más, palabras menos, afirma Rourke: "El sexo no pertenece al papel, al menos no la clase de sexo que leemos el las ficciones de la literatura contemporánea... Cuando los novelistas tratan de hacer literatura con sus escenas de sexo (...) fracasan miserablemente. La aproximación literaria para escribir una escena de sexo decente y creíble es la cosa más embarazosa que pueda verse en la literatura contemporánea actual".

Rourke sostiene su teoría en dos novelas: Las partículas elementales de Michel Houellebecq y On Chesil Beach de Ian McEwan, y reproduce algunos párrafos a los que considera sexualemnte "mecánicos, primitivos, monótonos".

Como era de espearse, los comentarios llovieron a cántaros sobre su blog. Muchos coinciden con la frgidiez de las escenas narradas por Houellebecq y McEwan, pero de ahí a generalizar que "cuando los escritores tratan de convertir al sexo en algo literario -algo que nunca puede ocurrir- empiezan a perder completamente el foco". Un disparate.

Que tire la primera piedra quien no se haya entibiado un poco con el reencuentro postergado de los amantes en Al sur de la frontera, al este del sol de Haruki Murakami, con el intercambio de fluidos de tono fantástico entre un humano y una carasapo en La piel fría de Albert Sánchez-Piñol, con los inquietantes entuentros de American Psycho de Bret Easton Ellis, y siguen las firmas que han sabido poner en alza al lector.

Y eso para hablar de los contemporáneos. En Lolita de Nabokov, Trópico de Cáncer de Henry Miller o La exhibición de atrocidades de J. G. Ballard, hay cantidades de páginas para entrar en ebullición.

viernes, 26 de febrero de 2010

Monjas



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Creo que de todos es sabido que las monjas me dan repelús. Más todavía que los curas, porque una monja tiene mi cuota de repelús religiosa, que comparten, mas la de la sexualidad enfermiza, que también comparten, mas el plus que les da ser la greba femenina de la Iglesia, un plus que tendrían también, por poner ejemplos, una asociación de mujeres machistas que, sobre los malos tratos a su género, respondiesen anticorporativamente “algo habrán hecho las que se llevan la hostia”.
Además, las monjas huelen raro y se depilan poco, e incluso durante la adolescencia aquellas monjitas de la pornografía de finales de los ochenta (ah, los ochenta), cantaban bastante a no-monjas, como por ejemplo la que sale en el primer capítulo de la primera temporada de Californication.
Es decir, que la única cosa buena que tienen las monjas es que a veces hacen rica bollería. Por bollería yo había entendido siempre cabello de ángel y pastelillos, pero el mundo, a veces, es un lugar maravilloso por contener a gente como a nuestro protagonista de hoy, que ayer casi me mata de la risa.
Te pongo en situación: este verano la Muchacha y yo nos fuimos a México. Allí fuimos de un lugar a otro, y desde cada sitio por donde pasábamos yo escribía unas alegres palabritas destinadas, mayormente, a dar envidia. Pero hubo un día en el que tal cosa fue especialmente difícil, porque el tema de aquella jornada fue la Venganza de Moctezuma. Y de pronto, hará cosa de una semana y pico, ese post ha cobrado una vida increíblemente absurda e incomprensible, cuando aparecieron primero una tal Karla contando sus problemas para perder la virginidad debido a la elasticidad de su himen(!?), y luego una graciosa pareja de trolls veracruzanos, que llegaron no sé si insultándome a mí o a un tal Ignacio. En fin, todo en el hilo de las respuestas del post en cuestión, aunque, lo advierto, no es lectura recomendable para aquellos alérgicos a la mala ortografía.
Y en fin, ayer alguien, en aquel hilo, hablando ya de monjas, respondió esto:
Pues, " hombres necios que condenais a una mujer ...." , no creo que piense en Sor Juana, la verdad; Solamente es que con el perdón tuyo, hay que leer e instruirse un poco y viajar donde vosotros jamás habeis puesto pie en el lugar exacto donde empieza uno a desarrollar la cultura como es (…). Muchas miles de Hermanas de muchas ordenes, sabeís señor mío, no reparan en tener sexo entre ellas , lesbianas o como se les llame, aunque no lo fueren , lo hacen. Y esto en los parajes mas apartados del mundo donde ustedes jamás han puesto un impulso de su pensamiento. Ni idea tienen, pues que DELIRIO más grande es vivir en el mundo más mediocre donde viven. EPÍLOGO: Miren a su alrededor.Y mírense a si mismos.
Y yo no puedo permitir que tan grande respuesta se quede perdida entre las respuestas de un post casual de agosto; esto se merece salir aquí, en primera línea, como poco. Por la redención del mito erótico de las monjas, y por el consejo del epílogo: mirémonos en el espejo. Deliremos. Y veamos monjas, lesbianas o no, montándoselo entre ellas. Y quizá así, si alguien comparte mi monjafobia, la próxima vez que veamos a una en lugar de un escalofrío nervioso se nos plante una sonrisa en la cara pensando que qué habrán hecho las pobres para merecer una reputación como aquella, allá en Veracruz, donde en cualquier caso siempre todo es tan raro.

jueves, 25 de febrero de 2010

Por qué las mujeres mienten en la cama


Por qué las mujeres mienten en la cama

Las más jóvenes siguen fingiendo en sus relaciones sexuales por temor a perder a sus Enviar a un amigo

 
Las expertas critican que los estudios sobre sexo sean sobre el número de coitos y no sobre su calidad. REUTERS
MAGDA BANDERA - MADRID - 15/02/2010 08:30

La clave no es si las mujeres mienten o no en la cama, sino saber por qué lo hacen", remarca la psicóloga Raquel Platero, profesora de secundaria y especialista en temas de género. Una encuesta sobre sexualidad hecha pública el pasado miércoles asegura que una de cada tres mujeres cree que a veces es necesario fingir en la cama. Además, según otros estudios similares, lo han hecho en más de una ocasión.
Admitirlo públicamente no es tan fácil. Al oírlo, ellos se indignan y ellas son tildadas de frígidas, pérfidas o ambas cosas. Por ello, Teresa, empresaria de 40 años y feminista declarada, prefiere ocultar su identidad para argumentar por qué ha mentido alguna vez: "No sólo he fingido un orgasmo. También ha podido ser un desastre y he soltado un piadoso ¡qué bien ha estado!, cuando me ha preguntado. Lo he hecho para no ofender. Si le dices a un hombre que es un mal amante, lo hundes. Ellos podrían aprender del instinto de protección del que gozamos algunas féminas, incapaces de ofender y menos gratuitamente".
Una de cada tres encuestadas cree que a veces es necesario fingir
Para la mayoría de las mujeres de más de 60 años, el sexo era una obligación y solían mentir para que sus maridos, que por lo general poco sabían sobre el clítoris, acabaran cuanto antes. Ese recurso sigue siendo bastante común, constata Soledad Muruaga, presidenta de la asociación Mujeres para la Salud. La siguiente generación, entre los 35 y 60 años, ya siente que tiene derecho a pedir, aunque la mayoría "perpetúa el modelo basado en la falocracia, que les produce mucha insatisfacción. Y por ello mienten a menudo", añade esta psicóloga.
Las más jóvenes han cambiado, pero no tanto como podría parecer, asegura Muruaga. Las más abiertas piensan que la liberación sexual consiste en separar sexualidad de afectividad, y que lo contrario es cursi y anticuado. "Creen que para ser modernas tienen que seguir el modelo sexual de los hombres. Dicen que lo normal es alternar varias parejas y que todas las conductas son válidas, si hay consentimiento", añade.

Desconocimiento del placer

"Se miden las relaciones por el número de coitos", critica una experta
Lo malo, según esta especialista, es que tienen poco conocimiento del propio placer, reproducen conductas del porno pensado para los hombres y se autoconvencen de que a ellas también les gusta. "Al menos, en una primera etapa, porque después, muchas vienen a la consulta diciendo que se sienten utilizadas e insatisfechas". Para esta feminista, "ese autoengaño es una nueva forma de neomachismo. Ya no hace falta obligarlas a repetir el modelo falocrático, ellas mismas lo hacen por iniciativa propia. El pene es el rey de las relaciones. Además, los artificiales están por todas partes".
Las encuestas también tienen parte de culpa, según Platero. Para empezar, porque suelen preguntar en clave masculina. "Siguen midiendo las relaciones en función del número de coitos", critica. Pero, ¿cuándo es sexo y cuándo no lo es? ¿Por qué no se cuantifica cuántas veces se siente placer en lugar de los condones que se han usado? ¿Por qué nunca se pregunta por los orgasmos múltiples?
No ajustarse a la cantidad de coitos "deseable" produce mucha ansiedad. "Ahora las chicas también quieren dar la talla", asegura Muruaga. "Para lograrlo, mienten. Tienen que ser supermujeres y eso incluye ser muy buenas en la cama. Pero sobre todo, el problema es que fingen porque siguen teniendo la autoestima muy baja. Lo hacen para que sus parejas las acepten y les den afecto".
Platero comprueba a diario este tipo de conducta entre sus alumnas: "Hay chicas muy concienciadas, que saben y dicen lo que quieren, pero la mayoría sigue sometiéndose a lo que ellos desean. Algunas, incluso a la hora de vestirse. Mienten para no poner en peligro la relación".

Sinceridad entre amigas

Por suerte, muchas se sinceran con sus amigas. "Se ha hecho mucha mofa sobre el fenómeno de los tuppersex, pero se ha investigado poco a qué obedece que un grupo de mujeres se reúna para hablar de sexo, ¿por qué sienten esa necesidad?", pregunta Platero.
La encuesta que hizo pública el miércoles el Ministerio de Sanidad afirma que las mujeres suelen ser más cómplices entre sí que los hombres, y que el 20% de ellas habla de sexo con sus amigas de manera habitual. Y entonces sí se permiten la franqueza. En lugar de fanfarronear, el 66% dice la verdad.
"Y la verdad es que de vez en cuando exageras. A veces, ni te das cuenta, es parte del juego. Sabes que si lo entusiasmas sales ganando en todos los sentidos. Si la tiene pequeña, le dices que eso te gusta porque es más habilidoso con las manualidades. Si la tiene grande, le dices que el tamaño importa mucho, digan lo que digan", admite Eva, treintañera con pareja estable. "Es triste, lo sé, pero quieres tenerlo contento para que tu vida sea más fácil. Un hombre acomplejado es un fastidio y hay que convivir. Además, en el fondo saben la verdad. Ellos lo tienen más difícil para fingir, pero hay una cosa que se llaman contracciones".

miércoles, 24 de febrero de 2010

La Frigidez

La frígidez es una forma muy frecuente de impotencia sexual femenina. Consiste en una disminución o un colapso en el ritmo del apetito sexual.
Para algunos sexologos la frigidez no es más que la ausencia total de placer y de excitación sexual, durante el acto sexual, no importa quien sea su pareja. Para otros la frigidez es la asociación de una anafrodisia (ausencia de deseo) y de una ausencia total de placer y de excitación sexual.

La frigidez puede provenir de trastornos objetivos: exceso de trabajo, agotamiento, diabetes, neurastenia, intoxicaciones, etcétera. Pero generalmente, la causa de la frigidez es psicológica. Desde luego, resulta imposible dar una causa general; toda frigidez debe ser tratada según la persona que la padece.

Hay dos casos de frigidez. "Casos normales" y "casos anormales":

Frigidez normal:

Indudablemente, en el 90% de los casos la culpa es del marido... Muchas mujeres temen con verdadera angustia el mometo de irse a la cama. Y cuántos dramas secretos. Esas mujeres frígidas pretenden 'detestar el acto sexual físico' pero debieran decir más bien que detestan la forma en que el hombre entiende y realiza dicho acto. Lo cual es completamente distinto. Esta frigidez y este odio al acto genital son reacciones frecuentes que obsesionan a buen número de mujeres perfectamente constituidas. Bastaría muy poco, por parte del marido generalmente, para que cesase tal situación. Téngase en cuenta que se hace referencia a la mujer y al hombre normales.El hombre debe tener siempre presente como la mujer suele ser más profundamente sexual que él; y no olvidar que la mujer enlaza la afectividad con la emoción y la sensualidad. En muchos hombre el acto sexual se manifesta por un comportamiento rápido y casi mecánico que los hace llegar casi inmediatamente a la satisfacción genital. En cambio, para la mujer el acto sexual debe ser el resultado de una lenta progresión. Las mujeres necesitan caricias, de acuerdo, pero sobre todo, caricias del alma.La mujer aspira a la seguridad y a la ternura y necesita un respuesta efectiva y plena de comprensión; ella tiene que sentir una solidez mental en su compañero. Muchas mujeres tienen contrael marido resentemientos de los que no hablan jamás, pero que las roen y las conducen a la frigidez. Chocan con la falta de comprensión, con la imposibilidad de relajamiento, con la falta de ternura acariciadora, etc. Y también con el miedo de que "él" pueda considerar esas reivindicaciones femeninas como “tonterias de mujeres”.En la frigidez normal, la responsabilidad masculina puede ser de otro orden. Una mujer debe sentir, no el dominio o la debilidad de su compañero, sino su solidez física y mental. Por eso muchas mujeres permanecen o se vuelven frígidas porque el hombre es neurótico, agresivo, afeminado, hipernervioso, etc. En tal caso la frigidez es accidental y revela la imposibilidad de abandonarse a una fuerza masculina que no existe.

Frigidez anormal:

Los demás casos de frigidez muestran siempre trastornos de las personalidad. Lo mismo que en el hombre, suele ocurrir que la frigidez femenina sea provocada por sentimientos de inferioridad, los cuales impiden el relajamiento indispensable. Si el sentimiento de inferioridad es atributo de cientos de miles de mujeres, no es de extrañar que los casos de frigidez sean también tan numerosos.

Muchas de las mujeres frigidas son anormalmente combativas; se rebelan contra su papel natural.

Testimonios de mujeres frigidas anormales:

— “Jamás me resignaría a ser el juguete de un hombre”

— “Mi madre me ha repetido tantas veces que los hombres son malos que no consigo deshacerme de tal idea”

— “No tengo la suficiente confianza en los hombres para dejarme ir con mi marido”

— “Los hombres no piensan más que en su placer egoista”

— “Los hombres tienen demasiada suerte, la sexualidad les resulta muy fácil ¿acaso piensan en nosotras?
Tales mujeres anormalmente frígidas creen que la sexualidad es una especie de “competencia" en la cual hay un dominador y un dominado. El tratamiento de su frigidez depende de las causas que lo hayan provocado.

Es evidente que existen muchísimas causas de frígidez, como ocurre en los casos de impotencia masculina. Son frecuentes las fijaciones sexuales en situaciones de infancia, el apego mental a los padres que provoca infantilismo, la imposibilidad de satisfacción sin masturbación, ya sea personal, ya por el compañero, etc. Existen también aquí todas las perversiones, cuya satisfacción depende de la perversión “inversa” del compañero. Por ejemplo, una mujer masoquista necesita un compañero sádico, y recíprocamente